- Área: 150 m²
- Año: 2016
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Fotografías:Pedro Iván Ramos / Enrique Carrascal
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Proveedores: Bega, Ebanistería Salvador Hernández, Marmolera Vallisoletana
ANTECEDENTES
En el interior de uno de los símbolos del esplendor barroco salmantino, la sede de la Universidad Pontificia de Salamanca, se ubica una capilla de uso diario que sirve de apoyo a la iglesia del Espíritu Santo, comúnmente conocida como Clerecía.
Su ubicación no puede ser más privilegiada: dentro de una de las naves abovedadas en planta baja que cierra el patio de los Estudios, concretamente la que lo separa de la calle Compañía, con acceso a través del vestíbulo de arranque de la Escalera Noble y en un nivel inmediatamente inferior al Aula Magna.
El espacio preexistente es la herencia de una intervención realizada muy posiblemente en los años setenta, donde se intentó poner en práctica las novedosas directrices establecidas en la constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II.
Se trataba de un espacio donde el programa - vestíbulo de acceso, sacristía y capilla - se distribuía en áreas segmentadas con tabiques de suelo a techo y escalones que salvaban distintos niveles. El acceso desde el exterior se realizaba a través de un hueco practicado ex profeso en el muro, ya que la entrada original a la nave quedó condenada al uso exclusivo de lo que hoy se conoce como comedor institucional.
El espacio de la capilla en sí misma, enmoquetada en color verde y con una decoración austera, poseía un esquema de anillo cerrado, forma ideal del círculo, donde en el centro estaba el altar a un nivel inferior al de los feligreses.
NUEVA CAPILLA
Intervención previa
El proyecto parte con la firme decisión de realizar una intervención discreta, con tintes actuales que respeten el estilo singular del edificio donde su ubica, sin hacer una obra que destaque frente a lo realmente importante de este espacio santo y sagrado.
Se decide, por tanto, partir de cero, derribar todo lo anterior, liberando la totalidad de la nave y su bóveda que anteriormente habían quedado repartida entre el vestíbulo de acceso, la sacristía y la propia capilla. Paralelamente se realiza un vaciado del terreno con el fin de poner al mismo nivel la futura capilla y el resto de la planta.
Con estas dos sencillas intervenciones conseguimos dotar al mismo espacio de mayor volumetría, ya no “pesa” tanto la bóveda, el espacio es más amplio, más libre.
Proyecto
La idea del proyecto es muy sencilla. Sobre el espacio liberado colocamos, no construimos, la nueva capilla, una pieza exenta de piedra natural que no llega a tocar las paredes originales del edificio, como con respeto, en la que se tallan todos los espacios y sus necesidades. Una piedra caliza, de Campaspero, a la que la mano del hombre labra según su necesidad.
Con esta piedra, con este labrar, se crea un muro, estratégicamente colocado, que articula todo el conjunto - acceso, sacristía y capilla - y que no solo reparte los espacios si no que recoge en su interior las necesidades de cada uno – estantería, armarios, lavamanos, etc. - .
Con esta piedra, con este labrar, también se crea un zócalo perimetral corrido que organiza el espacio propio de la capilla, a modo de anillo abierto, en el cual la comunidad se colocará en forma de herradura, según tres lados, dirigidos hacia un centro en el que está ubicado el altar elevado. Todo se dirige hacia él.
Este espacio se humaniza con elementos de madera maciza diseñados ad hoc en forma de ventanas, puerta, bancos, armarios y una celosía que separa la sacristía del vestíbulo donde se esconde discretamente su puerta de acceso.
Toda la obra se resuelve con un diseño claro y sencillo, utilizando únicamente dos materiales: la piedra y la madera. No se necesita más. Rudolf Schwarz (1897-1961), uno de los arquitectos eclesiales alemanes más importante del siglo XX lo describe así en su libro Vom Bau der Kirche (Sobre la construcción de iglesias):
“Para celebrar la eucaristía del Señor no hace falta una habitación muy grande. Sólo hace falta en el centro una mesa, y sobre ella un plato con pan y un cáliz con vino. La mesa se puede adornar con velas y rodearla con asientos para la comunidad. Esto es todo. Mesa, espacio y paredes forman la iglesia más simple”
Altar, sede y ambón
El altar, la sede y el ambón se tratan como elementos exentos del suelo: tres bloques de piedra apoyados. La misma piedra que el resto de la obra pero con distintos acabados. Mientras al suelo, zócalo y muro se le aplica un acabado apomazado - pulido sin brillo -, estos tres elementos se trabajan a mano en todas sus caras, menos en el frente que se deja al natural, como queda la piedra al desgajarse la tierra, con sus imperfecciones y su belleza.
La arquitectura y la liturgia convergen en el altar como centro del espacio y de la acción litúrgica, derivando de esa centralidad del mismo el resto de los elementos arquitectónicos y decorativos del conjunto.
Retablo
El retablo se concibe con forma escenográfica dotando a la pared del frente con un tratamiento superficial rugoso que haga de fondo de escena, y sobre el cual se colocan las dos tallas de madera y el sagrario que son obras del escultor madrileño Javier Martínez.
Estos tres elementos se unifican a través de tres tablas de pan de oro que los realzan, obras del artista salmantino Francisco Orejudo. A la tabla del Cristo se la dota de mayor protagonismo no solo por el tamaño, sino por la policromía de la cruz realizada a través de la técnica del estofado.
La ubicación de la cruz en la tabla responde a la razón de liberar al altar de la misma, ubicación poco adecuada en altares coram populo, pues dificulta la visión de lo realmente importante que son las especies eucarísticas. La estrecha relación altar-cruz exige la proximidad de ambos, ayudando a comprender que el primer ara fue la cruz y que el sacrificio de Cristo se actualiza en el altar.
Durante el diseño del retablo y sus elementos no solo se ha prestado especial atención a la escena representada, al tratamiento de la luz, a los materiales, a la correcta proporción de sus elementos, sino también al público de ambiente universitario que lo va frecuentar.
Se ha optado por reducir los signos religiosos al número necesario para el que tienen su función, evitando una repeticiones irreflexivas de los mismos que los conviertan en meros elementos decorativos.
Toda la obra queda por tanto al servicio de Dios y de los fieles, con formas del presente verdaderas y nobles, creadas por medio del conocimiento teológico y litúrgico, consiguiendo del espacio, a través de la intervención arquitectónica y artística, una obra de arte en todo su conjunto.